miércoles, 11 de abril de 2007

¿EXISTE LA NACIÓN ANDALUZA? (VI)

EL CARÁCTER DE LOS ANDALUCES


Decía Blas Infante en su Ideal andaluz que el carácter de los habitantes de un lugar constituye también un hecho diferencial de ese pueblo con respecto a todos los demás. Y, en el caso de Andalucía, estableció como rasgo definitorio la alegría y las ganas de vivir de sus gentes. Ante esta afirmación que ya tiene más de noventa años, no puedo sino asentir. Recuerdo una frase que me marcó profundamente, cuando volvía de un viaje de norte a sur de España. Un familiar pronunció las siguientes sabias palabras, probablemente sin saber lo que Blas Infante, padre de la patria andaluza, escribió casi un siglo antes: “Cuando bajas de Despeñaperros, hasta los olivos bailan sevillanas”. No lo dijo un filósofo, tampoco un político ni un autor nacionalista. Sólo lo dijo un andaluz que sentía alegría por volver a su tierra.


Efectivamente, Andalucía es sinónimo de alegría, de vida. Igual que Galicia es sinónimo de morriña, melancolía y “saudade”. El pueblo andaluz es, por naturaleza, un pueblo alegre, sociable y amistoso. Obviamente, cuando se habla de las características de un pueblo tiende a generalizarse, y en este saco no entran las contadas excepciones que, como norma general, suelen confirmar la regla. Por eso me atrevo, sin miedo alguno, a decir con toda seguridad que la alegría y las ganas de vivir son parte intrínseca del ser andaluz. Ante el mismo problema, probablemente un catalán se enfadará, un gallego emigrará antes de protestar –tómese esta frase como reproducción de las palabras de Castelao, sin ninguna aversión hacia el pueblo gallego- y el andaluz se reirá para después tratar de afrontarlo como buenamente sea posible. Bien dicen que el humor es un signo de inteligencia, aunque no quiero decir con esto que el pueblo andaluz sea el más inteligente, faltaría más, pero sí tienen una forma de afrontar las dificultades que puede ser un espejo para muchos.


Pero esa alegría no está sólo en el carácter de los andaluces. Éstos la toman de su misma tierra. Andalucía es un pueblo emigrante, no tanto como el gallego, pero también tiene una historia llena de migraciones, empezando por las repetidas veces que los andaluces se fueron a América, y terminando por la última que se produjo en los 60 y 70, esta vez al norte de la península. Y es al volver a su tierra cuando los andaluces sienten esa alegría que antes he mencionado. La gracia de los olivos del norte de Jaén no tiene nada que ver con el hastío que denotan los del sur de Castilla. La tierra roja se ondula en infinitas lomas y montañas, en contraste con los fríos páramos del centro y el norte de la Península. El perfil de la tierra andaluza es tan alegre como su gente, y su contraste geográfico no tiene igual en ningún otro lugar del mundo. De ahí el carácter de su pueblo, todos distintos, pero todos con un denominador común: la alegría por vivir donde viven. La inmensa mayoría de andaluces, aún siendo este uno de los lugares más pobres de España e incluso de Europa, dirán que como en este rincón no se vive en ningún sitio.